20 marzo 2007

fue lindo mientras duró


oíme, yo estoy en un momento de mi vida en que necesito estabilidad emocional, más que económica.
yo necesito un trabajo de verdad, en lo que me gusta, no puedo vivir del cable.
bueno, pero yo estoy más cerca de la menopausia que de formar una familia.
mi mamá anda con ese tema.
es lo que te quiero decir, que te llevo más años a vos que a tu mamá. o sea. por qué no ordenás un poco tus cosas y más adelante hablamos, y de paso llevate el bolso con ropa sucia que dejaste en el lavadero.
lo que yo entiendo con este planteo es que a vos te molesta que yo me quiera lavar la ropa y no te lo pida a vos, ¿es eso?
vos no entendés nada, haceme el favor, callate un momento.

Mi vida se empieza a parecer a una película, como cada vez que algo fuera de lo normal me pasa. Será que los guiones los escriben gente que tuvo experiencias como las de uno, quiero decir, mi historia con el chico del cable cada vez más se parece a la película en que Uma Turman sale con el hijo de la analista. Perdón, usé el presente, pero es historia pasada. Pretérita perfecta simple, o pluscuamperfecta, por todos los “hubiera hecho” que me quedaron en el tintero. Porque, voy a ser sincera, el chico tenía –tiene– “potencial”. Voy a explicar, porque el término induce a interpretaciones varias, y este blog tiene la particularidad de ser siempre mal interpretado. Tiene potencial porque es un hombre en potencia, un trabajador en potencia, un novio formal en potencia, un padre de familia en potencia, un retrógrado en potencia, un enfermo por los videojuegos en potencia, un renegado en potencia, un frustrado en potencia, y un infantil a la milésima potencia. O sea, quiere ser, pero no llega a ser, excepto ser un infantil.
Voy a contar un poco de la historia, porque tuvo su parte romanticona, cursi, pasional, con cositas entretenidas que me sacaron de la fobia antipareja, de la idea –aunque sólo por un momento– de la soltería empedernida, esa sombra que me acompañará siempre, dado la historia familiar que me tocó vivir. (Glup, si me escuchara mi analista…….. ¿estarás leyendo, gordito? vos, sí, panzón, vos me metiste en esto, ¿te acordás?)
Empiezo por el principio.
Cuando me lo encontré ahí, parado en la vereda con el celular en la mano, temblando como una hoja, con la voz ronca, vestido de joggin gris, zapatillas y remera blanca, pensé varias cosas que se fueron ordenando cronológicamente de esta manera:
éste no tenía nada que hacer y vino a tocar timbre
éste me viene a desvalijar la casa, si se acerca le entrego todo, hasta la virginidad, ¡si la conservaras… ilusa!
¿y éste quién es?
es un nene, mirá esos ojos claritos como el cielo a mediodía, qué bombón, me lo como en una merienda…
no me lo imaginaba tan lindo cuando hablamos la primera vez
¿y ahora qué? ¿lo hago pasar, sin pedirle los documentos, por lo menos?

El tema es que mi mente no va tan rápido como mis impulsos, así que mientras pensaba todo esto el muy pillo ya se había adentrado en el zaguán, tras una breve y furtiva mirada que me echó por arriba, abajo y los lados, comprobó que aunque tengo 37 estoy buenísima y que doy batalla, así que no más se me tiró encima como un loco.
Eeeeepa, eeeepa, nada de picotear que no soy alpiste, le dije poniendo las manos en su lugar, y se ve que no entendió lo de “alpiste” porque insistió una vez más, por lo que tuve que sacármelo por la fuerza. Le ofrecí pasar, aunque no tuve que mostrarle el camino, se acomodó rápido en la sala, ni una palabra, pensé entonces que era mudo y que todo el verso por teléfono había sido una mentira piadosa, una grabación, pero bajé un nivel la paranoia y entré a la cocina para pensar mientras ponía una pava sobre el fuego.
¿Café? le grité no más desde ahí, o eso recuerdo, porque no tengo ninguna referencia clara de lo que pasó aquella tarde. Creo que respondió que sí. Respiré hondo, si un tipo toma café es porque está encausando libido. No es un psicótico sexual. Se ve que ahí también él reflexionó acerca de lo que estaba sucediendo, porque cuando volví a salir estaba sentado en mi sillón preferido (junto a la biblioteca), oteando libros, títulos, autores. Se lo veía de lo más intelectual, pensé que era un loco de la lectura como yo y sonreí por dentro. Por fin.
Qué tipo raro fue mi segunda impresión: se bancó que le rechazara un beso, ahora parece entretenido pispeando mis libros, no le dio alergia el pelo de gato (no estornudó), no se sorprendió por la cantidad de plantas, le agregó poca azúcar al café y lo tomó asintiendo como si le gustara, no se asustó cuando Beethoven le saltó encima y al rato lo siguió Clarita a maullido limpio, me esperó pacientemente lo que tardé en lavar las tazas para hacer tiempo y pensar alguna estrategia, y hasta habló coherentemente: No quiero asustarte, fue lo primero que dijo, después del café, los gatos, los movimientos incómodos.
No respondí nada, me senté en el sillón, miré sus manos acariciando a Clarita, me enterneció completamente, le miré los ojitos cielo limpio, me llegó un aire con su perfume a recién bañado, qué romántico fue todo eso. ¿Te puedo besar? me preguntó. Bueno, y ya el resto se lo imaginan, ¿quién se le resiste a un dulce total? Era como el Harvey Keitel de La lección de piano, el hombre con el que soñé siempre. De esta afirmación, que hasta a mí me sorprende, tendré que hablar más adelante, previa charla con el gordo irlandés…
Así empezó la cosa. Con estas ideas preconcebidas, con estas primeras impresiones. Ahora, únanlas con el primer párrafo de este posteo. ¿No es algo contradictorio, hasta incongruente? Podría pensar que sí, si no lo hubiera vivido.
El Harvey Keitel se convirtió en el Ken de Barbie. Plastificado y todo. Pero cómo llegué a esta conclusión, eso se los debo hasta la próxima, que ahora estoy cansada.
Un saludo hasta pronto, amigos.

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