01 marzo 2007

reflexión antes de seguir

antes de contar cómo siguió la historia con el muchacho del cable, quiero decir esto y otras cositas más. porque, después de lo sucedido, me puse a reflexionar acerca de la vida, acerca del poder de la voz, acerca de que detrás de la voz hay una ansiedad, una intención, una intensidad, una palabra que descongestiona el circuito íntimo del pensamiento y deja salir, por fin, a la superficie lo que hacía mucho (o no) no encontraba destino.
qué cosa distante es uno mismo. distante de uno, de lo que se llama consciente o conciencia, quiero decir, qué distante de la percepción sensorial. también reflexioné sobre este tema, porque cuando me encontré diciendo al oído “qué bien me hacés sentir, nene” mientras le paseaba un dedo indiferente por la ojera (sí, ojera, no “oreja”), mientras miraba de reojo una película de cable, enseguida se me cruzó una faustina triste, sentada en un café, mirando la lluvia, una faustina de no hace tanto tiempo atrás, pensando en lo magistral de la lluvia, de las gotas de lluvia, de las gotas contra el vidrio, la minúscula gota contra el vidrio empañado, una faustina incapaz de decir algo así al oído de nadie. incapaz de sensibilizarse así, una yo que intelectualizaba todo, la lluvia, la vida, la tristeza, el amor, y lo volvía ridículo en su esencia. pero qué alejada de mí era esa faustina, pensé entonces. qué alejada de la yo más íntima, que sólo en lo íntimo de una voz se puede descubrir, que fui a conocer a través de un diálogo por teléfono, situación enajenada y anti sensorial si las hay, redescubrir diría mejor, reencontrar, reconocer, con el énfasis del “re”, porque yo sabía que existía, subsistía, debajo de todo lo demás que soy y que muestro, estaba, calladita y subliminal, la faustina que se hizo ahora carne en mi carne.
pero entiendo, finalmente entiendo lo que sucede, y hacia dónde va mi reflexión. viene, mejor dicho, porque es una reflexión que viene a iluminar una parte de mí, una cuestión que subyace en mí desde siempre, como si fuera mi marca natal, mi astro en el horizonte, mi alfa y omega. es hacia la espera, hacia el anhelo, el “longing” del inglés que no sé cómo traducir, porque me parece que abarca más que en el castellano. es como el “realize”, imposible de corresponderse con alguna palabra en español. no me distraigo, es ilustrativo no más. digo que entiendo finalmente que es ese anhelo, vaivén inconstante que nos hace felices o infelices, tristes o alegres, ciclotímicos ansiosos vulnerables indiferentes volubles neuróticos adictos rabiosos espirituales y espirituosos, ese anhelo de lo que no está, de lo que no será o podría haber sido, de lo que no tenemos, eso es lo que me hace vivir a costas de la que soy. yo lo entiendo, porque lo vivo. quizás en palabras es más difícil de explicar. vivo en una máscara, en la máscara de la que no soy, que es esa que anhela. no soy yo verdadera mientras anhelo, sino mientras siento, percibo, contemplo. por eso, mientras le tocaba la ojera a ese hombre, era yo. mientras lo oía respirar, era yo. no antes, cuando pensaba en lo ridículo de tocarle la ojera a un hombre. lo cursi, lo insustancial, lo incompleto. las formas más rudimentarias del amor son el anti-anhelo, el reverso, la cara oculta de la luna, lo que no vemos, pero lo que nos hace más felices, y más verdaderamente verdaderos.

ahora sí, ahora que dije toda esta sarta de cosas que tenía ahí guardadas en mi corazón, como ya dije: por fin recuperadas después de que esa voz en el teléfono descongestionara el tráfico de pensamientos, ahora sí puedo contarles qué pasó con el muchacho del cable.

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